El hablar sin pensar nos convierte
en cómplices de los que nos están machacando. Por ejemplo, cuando
generalizamos.
En estos tiempos de crisis, es fácil
dejarse llevar por el desánimo y afirmar que todos los políticos son iguales.
¿Qué queremos decir con que todos
los políticos son iguales? ¿Queremos decir que todos, absolutamente todos los políticos son
corruptos, que todos están en política solo por el dinero?
Si esto fuera verdad, la política no
tendría arreglo. Ni el país tampoco.
Hay a quien le interesa que pensemos
así. Es decir, que no pensemos.
Por suerte, esto no es verdad.
Cualquier ciudadano puede ser
político. De acuerdo, hay partidos en los que es más difícil entrar. Pero hay
otros que tienen las puertas abiertas, sobre todo en los municipios.
Lo que falla, no es el sistema
democrático, no nos engañemos. No es que sea perfecto. Hay que mejorar muchas
cosas. Pero solo se pueden mejorar desde dentro, participando. Y solo se puede
participar desde los partidos políticos. Fuera de ellos, no hay alternativa. ¿y
si no, díganme cuál?
El que se desahoga asegurando que
todos los políticos son iguales, ¿se ha parado a pensar que cualquier ciudadano
puede ser político? Por ejemplo, él mismo. Solo tiene que dar el paso y
comprometerse.
Que desahogarse resulte fácil, y
también necesario, y hasta legítimo, es una cosa.
Otra cosa, mucho más peligrosa, es
que nos creamos nuestros desahogos: lo que quieren que nos creamos.
Para que el sistema, o sea el país,
siga vivo, necesitamos partidos políticos. Y necesitamos sindicatos. Sin
partidos y sin sindicatos, no hay ninguna, absolutamente ninguna posibilidad de
defendernos de los grandes capitales y de los empresarios sin escrúpulos.
Desahogarse es fácil, pero solo
ayuda al que se desahoga. Participar es más difícil, pero puede ayudarnos a
todos.