Una empresa holandesa se dedica a
vender noticias a los medios de comunicación y le va bien. ¿Cómo es posible que
en los tiempos que corren alguien pague por las noticias? Y que ese alguien
sean precisamente medios de comunicación de prestigio.
Es un síntoma de lo que nos está
pasando. Estamos saturados de información. Radios, televisiones y periódicos,
pero sobre todo redes sociales, distribuyen una catarata de noticias que se
renuevan en cada minuto.
Esto presenta varios problemas: un
problema de comprobación. Es imposible saber hasta qué punto son ciertas las
noticias que nos llegan. A veces las damos por ciertas porque nos fiamos de las
fuentes. Otras, simplemente porque queremos que sean ciertas. O porque no
tenemos tiempo de andar haciendo comprobaciones.
Un segundo problema, no menos grave,
es que las noticias nos llegan siempre teñidas de opinión. Rara vez se nos da
lo sucedido en estado puro para que pensemos. De hecho, no da tiempo de pensar.
El que nos da la noticia nos está danto también algo más que su punto de vista,
nos intenta convencer de que los protagonistas son buenos o malos o que lo
están haciendo bien o mal.
Si tenemos en cuenta que hay una
gran concentración de medios, es decir que la mayoría de las televisiones, por
ejemplo, son de los mismos dueños, la conclusión es que no recibimos noticias,
sino mensajes que tratan de convencernos. No estamos siendo informados, estamos
siendo convencidos. No escuchamos noticias, escuchamos propaganda.
¿A quién le puede extrañar que
alguien pague por las noticias en estado puro? Es la única manera de acercarnos
a la realidad tal como es, algo cada vez más raro en el mundo en que vivimos.