En pocas semanas, los dos periódicos
más leídos de España, que todavía se editan en papel, han cambiado de director.
El País y El Mundo. El Mundo ha depuesto a su fundador, Pedro J. Ramírez. El
País ha salido al paso de la crisis económica que sufre.
A nadie que esté dispuesto a sumar
dos y dos se le escapa que la coincidencia en este cambio es más que
sospechosa. Sospechosa porque las casualidades no existen. Sospechosa porque,
si algo ha caracterizado al gobierno de Rajoy desde que subió al poder, es el
afán por asegurarse el control absoluto de la información que llega a los
ciudadanos. La desaparición de cabeceras como El Público o como La Verdad en
Albacete obedece solo aparentemente a la crisis. Todos sabemos que los
periódicos viven de la publicidad, y todos sabemos también que, cuando las
grandes empresas dejan de publicitarse, la publicidad institucional es el
último recurso. Y las instituciones del PP se reservan el derecho a sostener a
los medios que dicen lo que ellos quieren que se diga. Por eso sobreviven
periódicos que no se venden, se regalan, mientras que lo pasan muy mal los que
sí que se venden, precisamente porque cuentan lo pasa, en vez de lo que el
gobierno quiere que se cuente.
El cambio brusco de directores en El
Mundo y El País ha supuesto también un cambio importante en cómo cuentan las cosas.
Para ejemplo, basta observar lo que pasó con la macro-manifestación del sábado
en Madrid. El Mundo directamente bajó la noticia de la cabecera y antepuso el
número de heridos y detenidos al número de manifestantes. Anteponer el número
heridos en un suceso que ocurrió al terminar la manifestación, por la acción de
un puñado de exaltados, y citando solo los heridos de la policía, es quitar
importancia a que lo que allí se produjo es la manifestación más numerosa de la
democracia. Que pedía la dimisión del Gobierno. Es decir, una estrategia
favorable al Gobierno.
Lo de El País es todavía más
desasosegador, pues siempre había sido un medio de referencia. En la portada
del domingo, cifró en 50 mil personas el número de manifestantes. Para contar
50 mil personas entre Atocha y la Plaza de Colón, sin un hueco, abarrotadas, y
con manifestantes llegando desde las calles aledañas, hay que ser mal cubero.
No digo que fueran dos millones y medio como exageran los organizadores. Pero
50 mil personas son la mitad de las que caben en el Santiago Bernabeu lleno. Y
allí había bastantes más.
Hay que ir tomando conciencia. Ya no
nos podemos fiar ni de las televisiones ni de los periódicos más prestigiosos.
Solo podemos creer lo que veamos con nuestros propios ojos. Y lo que seamos
capaces de deducir, pensando. Hay que estar para conocer. Hay que pensar para
saber.