lunes, 2 de junio de 2014

La impotencia de una institución

El modo en que ha abdicado el rey Juan Carlos es significativo. De forma inesperada, un lunes por la mañana, después de las elecciones europeas y a través del presidente Rajoy.
Si es cierto que estaba decidido desde enero, parece obvio que se ha estado buscando el momento más oportuno para hacer pública la noticia. ¿Por qué este momento es más oportuno que otros anteriores? ¿Es porque han pasado las elecciones? ¿Porque las elecciones han deparado un varapalo para los dos partidos que han venido sosteniendo el peso de la transición?
Como dice Alberto Garzón, la Monarquía es la tercera pata del bipartidismo. Forma parte de una estructura perfectamente diseñada para que todo vaya sucediéndose sin cambiar. Y ahora, que ha empezado a temblar esa estructura, hay que introducir elementos aparentemente nuevos, nuevas caras en los mismos partidos y en las mismas instituciones, para que tengamos la sensación de que se renuevan.
No debemos dejarnos engañar. La monarquía en España la restituyó Franco, un personaje que representa cualquier cosa menos una democracia. El que Felipe pueda convertirse en jefe de Estado sin habérselo ganado, solo por haber nacido en una familia de sangre azul, nos remite directamente a la Edad Media.
Y no me sirve que alguien objete que otro personaje como Aznar podría convertirse en Jefe de Estado. Si una mayoría le vota, será un Jefe de Estado democrático, que podrá dejar de serlo en las siguientes elecciones si la mayoría no le respalda.
Solo hace falta creer en que la mayoría puede cambiar las cosas. Solo hace falta dejar de tener miedo a los cambios, cuando los cambios son justos. Y eso pasa por empezar a tomar responsabilidades. La responsabilidad de pensar. La responsabilidad de votar. La responsabilidad de atreverse a cambiar las cosas. Porque las cosas no están funcionando.
“La modélica transición”, con la que nos han machacado los oídos, está apoyada en una institución medieval, la Monarquía. Y sigue manteniendo en el poder a quienes no creen en el reparto de la riqueza, a quienes ni siquiera admiten que después de casi un siglo se pueda enterrar en paz a los muertos de los dos bandos de la Guerra Civil.
Hay una multitud que está dispuesta a creer y a cambiar las cosas. Una multitud que le dijo a Cospedal el sábado en Toledo que no había nada que celebrar en el día de la Región. Una multitud, repartida en todas las ciudades españolas, que les dijo ayer a los que tienen que sancionar el cambio de Rey que no somos unos niños, que exigimos que se nos consulte porque, en caso contrario, hagan lo que hagan, no estarán legitimados por la verdadera democracia. No será con nosotros, sino a pesar de nosotros. Una imposición más.