Hace unos días, el periodista Jordi
Évole presentó un documental de lo que podía haber sido el 23 F. Un golpe de
estado falso, acordado por los principales políticos del momento, incluido el
Rey, para anticiparse y evitar un golpe de estado que se estaba fraguando de
verdad.
Hasta que terminó la emisión, no
dijo que el documental era inventado. Eso significa que mucha gente se lo creyó
hasta el final.
Después ha recibido críticas y
parabienes. Unos piensan que con la verdad no se juega. Y otros, entre los que
me cuento, pensamos que está muy bien que de vez en cuando nos den un toque de
atención para que abramos los ojos y no vayamos a misa con todo lo que nos
sirven en la televisión.
Las noticias, lo dicen muchos
informativos, son un relato de la actualidad. El término relato ya nos remite a
la palabra cuento. Lo primero que te enseñan en la facultad de periodismo es
que los periodistas no pueden ser objetivos. Que como son sujetos,
inevitablemente son subjetivos.
Y todo esto no significa que las
noticias sean falsas. Al menos, no todas. Significa que hay que pensar un poco
en quién nos las cuenta, de dónde han salido, quién se beneficia de que se
sepan.
Parece difícil, pero no lo es tanto.
Nos lo están poniendo muy fácil. Si hay algún medio de comunicación en el que
solo hay un partido que hace las cosas bien y los demás lo hacen todo mal, desconfíen.
Porque la realidad no es blanca ni negra. Sino gris. Aquí todos fallamos y
todos acertamos en alguna medida.
Desconfíen, salvo que prefieran oír
lo que les gusta oír, antes que saber lo que pasa.
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