lunes, 16 de junio de 2014

Las redes sociales y la educación

A raíz del asesinato de la presidenta de la Diputación de León, hace un mes, se desató la polémica de las redes sociales. A botepronto y sin pensar, como suele ocurrir en las redes, hubo un número significativo de individuos que publicaron barbaridades sobre la fallecida. No eran unas barbaridades distintas a las que se publican en las redes un día sí y otro también, pero al estar relacionadas con la muerte violenta de una persona, que además era una política destacada, y además del PP, repentinamente hubo un rasgado masivo de vestiduras. Repentinamente algunos se dieron cuenta de las barbaridades que se publican y de que esas barbaridades quedan por lo general sin castigo. Durante varios días algunos tertulianos conservadores defendieron el regular mediante leyes los límites de uso de las redes sociales, lo que hubiera sido intentar resolver una barbaridad con otra mayor, casi como poner puertas al campo.

Las redes sociales han conseguido que los exabruptos de bar, esos que intercambiaban los borrachos delante de un chato de vino y con un palillo en la boca, pueda leerlos no solo la gente del bar, sino los que pasan por la calle, los que trajinan en el barrio, la ciudad, la Comunidad Autónoma, el mundo entero. Y que se queden ahí flotando para la posteridad. Es un eructo que se convierte en universal con apretar una tecla. Y además, como atribuimos a la palabra escrita una importancia mayor que a la hablada, encima sale con brillo. El eructador, por supuesto, se siente realizado con el revuelo que origina y multiplica sus intervenciones. Que no dejan de ser eructos.
¿Cuál es la solución para atajar este problema? La única que no estamos intentando. Se llama educación. A los que dicen programa, programa y programa, yo les añadiría: educar, educar y educar. No consiste educar en embutir información en las mentes de los estudiantes, que ya la tienen a mano en internet. Sino de dotarles de herramientas para saber distinguir en medio de esa catarata de información, la que les puede ser útil. Enseñarles a seleccionarla, a asimilarla y a utilizarla.

En la aplicación directa a las redes sociales, enseñar a los ciudadanos, desde pequeños a que sepan controlarse, que la mejor reacción cuando uno se siente dolido, frustrado o indignado no es desahogarse física o verbalmente, sino calmarse y pensar en soluciones útiles. Y también enseñarles a que sepan diferenciar lo que es un exabrupto, o un eructo, de lo que es una opinión razonada. Y que sientan más pena que indignación por el eructador. Así dicho, parece fácil. Y lo es. Porque educar es fácil cuando se tiene voluntad y se ponen a disposición de los educadores los medios necesarios. Cosa que en España hace muchas décadas que no sucede.

No hay comentarios:

Publicar un comentario