Dime de lo que me acusas y te diré
de lo que te avergüenzas. Ves la paja en el ojo ajeno y no ves la viga en el
propio. Son proverbios, es decir píldoras de sabiduría popular, que siguen
funcionando. Para entendernos, últimamente, oímos mucho a los políticos acusar
a los demás partidos, a los que no son el suyo propio, de populistas.
Son unos populistas, aseguran. Eso que están haciendo es populismo, recalcan, dejando implícita la advertencia de que, por supuesto, ellos se guardarían muy mucho de hacer una cosa tan reprobable.
Son unos populistas, aseguran. Eso que están haciendo es populismo, recalcan, dejando implícita la advertencia de que, por supuesto, ellos se guardarían muy mucho de hacer una cosa tan reprobable.
Y es curioso porque la palabra
populismo ni siquiera está en el diccionario de la Real Academia. Es decir, que
nadie sabe con exactitud lo que significa. Aunque todo el mundo da por hecho
que designa una manera de actuar que, sin ser pecado mortal, le quita credibilidad
al usuario. No mancha, pero emborrona.
La Wikipedia, donde sí figura
populismo, como término peyorativo que suele utilizarse en política, dice que
la palabra es ambigua, lo que no nos descubre nada nuevo. Y da tantos matices y
definiciones que puede significar una cosa y la contraria.
En definitiva, podemos resumir que
populista es quien solo se dirige a las emociones del público, no a sus ideas.
No trata de convencerlo con argumentos, sino de manejarlo haciéndole sentir
miedo, rabia, asco, esperanza, o lo que sea.
Más o menos lo que está haciendo
quien acusa a su contrincante de ser populista, una palabra que nadie sabe lo
que significa pero que genera mucha desconfianza. Y en esas manos, de
populistas, estamos.
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